
Miguel, su padre, se acerca siempre a su lado a mirar tras los cristales, le abraza y tras varios minutos en silencio mira a Juan, le sonríe y le sube en sus hombros para llevarle a dasayunar a la cocina.
Miguel no puede dejar de pensar en la choza tan magnífica que constuirá en el jardín para su hijo con la madera de talar la encina en primavera