martes, 19 de enero de 2010

El balanceo de las olas sobre la costa

Cada mañana suena la alarma a la misma hora, el despertador que hace tiempo sustituí por mi movil de última generación ha dejado un espacio vacío que ahora llena el polvo, pero éste cumple sus funciones. Por las noches lo apago siempre pero tiene una memoria interna que, aún apagado, hace que suene y con su zumbido, mi amanecer.

Recorro somnoliento el trecho entre mi cuarto y el baño y tras los acontecimientos de todos conocidos me aseo, dejando para el final una inmersión del rostro en agua fría, de este modo empiezo a ser persona y mi cerebro deja de funcionar a trompicones para ejercer al pleno rendimiento que la naturaleza me ha otorgado, sin duda no fui de los grandes afortunados, sólo uno más.

Café templado, cortado y con sacarina, de pie, en la cocina solitaria donde, sobre la mesa, yace el tazón y la fruta que mi padre ha dejado colocado para mi madre antes de irse a trabajar. Hoy mi padre tenía clase a primera hora y mi madre (ambos en edad de jubilación pero distinto estado) se levantará un par de horas más tarde para adecentar la casa y salir a la compra. Para entonces ya estoy vestido, mi cerebro aun trabaja en impulsos inconexos.

Cojo mi móvil, mi bolsa del curro, las llaves del coche y la cartera - "No me dejo nada", pienso en voz alta mientras me palpo los bolsillos, abro la puerta y llamo al ascensor mientras vuelvo a revisar todos mis útiles.

La calle repleta de rostros anónimos haciendo fila detrás de sus bufandas ante las puertas del Inem. Cruzo la calle, peatonal, y me adentro en el garaje pensando en lo que puede rondar la cabeza de todos esos ojos que, desde su fila aún dormida, me observan en silencio y quietud.

Último piso, cada día se me hace más corto el tramo de escaleras. Mi coche en la ultima plaza, me quito el abrigo con las llaves puestas en la cerradura, abro la puerta trasera y dejo la cazadora y la bolsa, quito las llaves, entro, arranco y me pongo el cinturón. La radio aún no tiene suficiente onda así que me llegan a "cachos" las cosillas de "Anda ya", la radio parece que funciona como mi cerebro.

En el último giro de las rampas pulso la tecla del mando de la puerta del garaje, así cuando llegue ante ella estará abierta. Otra vez los mismos ojos de antes, que controlan que salga del garaje, ya pasaré a perderme en los resquicios de su memoria que aguardan otros acontecimientos.

La radio ya funciona y hoy he salido 2 minutos antes, creo que no habrá mucho tráfico y me libraré de los coches en doble fila, que dejan los padres en las aceras frente a los colegios, hasta la salida de Logroño.

Los mismos desvíos, los mismos pueblos. Hasta Sotés no soy consciente de que mi destino está cerca.

Aparco donde siempre, ajustado a la pared para dejar paso a otros vehículos que pasen por la estrecha calle en la trasera del edificio donde trabajo.

Salgo del coche y pienso que hoy será diferente, sí señor, hoy tengo muchos planes por cumplir.

...Ya son las 10, me bajo al café; el cartero, el cura, los de la oficina de información y las del pueblo. Buenos días Oscar, me siento en la banqueta y sin mediar palabra ya tengo mi café delante, gracias Oscar.

Hoy Carlos viene antes, mejor me voy por si no trae las llaves. Sí las trae, así que tras las anotaciones que tenía que comentarle vuelvo a bajar al bar donde a penas tengo tiempo de decir hasta mañana, no quiero estar demasiado rato.

...Ring, Ring... - "¿Coges o cojo?" - Ya cojo yo.

...Por fin la hora, - "Me voy Jesús, hasta mañana, ¿has traido las llaves?"

*...Retorno a mi casa deshaciendo el camino que hace ya varias horas he recorrido...*

- "Mamá ¿Qué hay para comer?...estaba rico" (uno ha sido cocinero y sabe apreciar el esfuerzo de preparar el menú diario).

Mis platos en la pila y hoy hay tiempo para siesta...

Hoy será diferente, tengo mucho por hacer...la verdadera historia comienza aquí, la tarde, la vida me espera...

...Apago la luz, -"Buenas noches", me digo a mí mismo.

viernes, 8 de enero de 2010

El cumplimiento divino

Hace ya largo tiempo que, cada mañana, cumple con su cometido. No hay descanso posible en su trabajo, ni sustituto capaz de seguir su camino. El dios Horus-Re, señor absoluto de la Enéada ha insuflado en su cuerpo Su espíritu, transformandolo en el único capaz. Le ha bendecido y castigado en una vez, le ha hecho merecedor de su nombre, aquel que sólo él conoce, el del Señor Khepry-en-re, el escarabajo que cada mañana empuja al sol a lo largo de la bóveda celeste y aleja las sombras de nuestro mundo para lanzar la luz de los Dioses, que nos observan y guían, en el devenir de nuestra historia.

Sus patas están cansadas y abrasadas por el calor del astro rey, sus ojos cegados por su claridad y sus oidos sordos de sombra, pero sólo él conoce el trayecto y por siempre jamás será guía y soporte de la estrella más imponente del cielo.

Sus pasos son lentos pero implcables y su afán roza la demencia, pero es consciente de que, si una mañana, su ánimo se desvanece será el fin de todo lo creado. La oscuridad se hará dueña del universo tras aposentarse en su cozarón. Pero su convicción es superior a lo comprensible, le guía el gran Dios que todo lo creó de sí mismo.

Pasarán las eras, siglos y centurias. Las viejas religiones serán olvidadas, pero el Gran Señor Khepry seguirá su camino incesante, su largo paseo imbuido de luz, la que el Gran Dios creó para los hombres en el inicio del universo y que jamás tendrá fin, como no lo tendrá el escarabajo que cada mañana vence las sombras con su persistente determinación de ser el único que vivirá por siempre.


lunes, 4 de enero de 2010

El orden alterno o el tiempo olvidado

Agitó sus alas blancas, entumecidas por el cansancio, antes de plegarlas junto a su lomo gris plata. Una noche de vigía y refriega era dura hasta para un líder como él, el Gran Dragón de las regiones gélidas, el Maestro Zenillion.

El tiempo de nobles alianzas quedaba lejos en la memoria de los trovadores y ya poco subsistía de los pactos de respeto y colaboración que se firmaron en el Valle de las Ilexindus. Tan sólo los grandes señores, dueños de los secretos de la magia, Hechiceros, Dragones y Xanas, lucharon por preservar los antiguos preceptos que asegurasen un equilibrio y la persistencia de la Humanidad.

Zenillion arrastró sus patas hacia las profundidades de su gruta. En el interior sólo le esperaba el fuego sagrado siemprevivo junto al que encontraba descanso plácido, pero aquella jornada la vigilia no sería más que una leve duermevela, pues el mensaje expuesto en el Triángulo Equidistante era más preocupante de lo que venía siendo habitual.

Su familia había partido junto con sus hermanos dragones dejando el vasto territorio terrestre en dirección al reino de las nubes, donde olvidarían para siempre al resto de especies y vivirían en paz junto a los suyos. Pero para Zenillion aún quedaba esperanza, el tiempo de los cultos a la naturaleza y sus fuerzas vitales no estaba totalmente olvidado y los antiguos lazos mágicos no habían desaparecido del todo.

Zenillion, al igual que el Señor de los Hechiceros del Gran Norte y la Dama de las Xanas del Bosque Vivo, sabía que la única esperanza de los humanos residía en su categórica lucha contra las leyes oscuras impuestas por mentes corrompidas, que la única esperanza residía en la fe y la absoluta convicción de que la naturaleza humana no había alcanzado el punto de no-retorno.

Con todos estos pensamientos en su corazón se anunció el sol por el horizonte y sus escamas se endurecieron hasta convertirse en el más duro diamante, ya no tendría que temer por su existencia hasta que volviera a caer la noche.

El lobezno de ojos dorados

Draga nunca se aleja de Dhiodor y éste comparte siempre alimento y bebida con su hermano lobezno.
En la noche Draga busca rocas elevadas donde poder subirse y aullar hacia donde dicen que se encuentra Lago Etéreo. Su cuerpo se tensa, su cola se encrespa y su aullido melodioso se puede escuchar en los alrededores, pero no es un aullido triste ni feroz, es un canto que hace que te relajes mientras susurra en tus oídos. En esos momentos Dhiodor se pone de cuclillas a su lado, con su vara postrada a su diestra y entona un canto armónico con su hermano Draga.

El menoscabo de las no-palabras

Todas las mañanas Juan se acerca a la ventana del jardín y con sus pequeñas manitas aparta la cortina para observar maravillado la encina, la adora y cuando pase el invierno su padre y él construirán una cabaña enorme en sus Ramas.
Miguel, su padre, se acerca siempre a su lado a mirar tras los cristales, le abraza y tras varios minutos en silencio mira a Juan, le sonríe y le sube en sus hombros para llevarle a dasayunar a la cocina.
Miguel no puede dejar de pensar en la choza tan magnífica que constuirá en el jardín para su hijo con la madera de talar la encina en primavera